viernes, 11 de mayo de 2012

Sobre Historia del cielo de Antonio Méndez Rubio

Antonio Méndez Rubio: los signos de lo inminente

 Antonio Méndez Rubio ha producido una extensa e intensa escritura, tanto ensayística, poética, como en su acción docente e investigadora. Por ello, se podría hablar de la producción de signos de lo inminente, de marcas textuales, discursivo- visuales y sonoras que son albergados en la inminencia (siempre huella, tenue, indicial) y en la precariedad de la página. Historia del cielo es un texto (tejido)irónico, rodeado de interrogantes que se encuentran presentes/ausentes pero que desbordan el tejido de la escritura, deconstructivo, diferencial (el diferendo podría ser una de sus características más destacadas), paradojal y desbordado por el afuera (ya en su último ensayo reflexiona sobre “la desaparición del exterior). Tiene a la deconstrucción como una clave práctico- conceptual para tensionar los versos. La pregunta ¿ni en el cielo? es una interrogación deconstructiva- benjaminiana, pero, también, una interrogante de su generación. En los ’60 se proponía la revolución político- artístico- cultural: “asaltar los cielos”, ahora, en este XXI, sin cielo que asaltar solo la interrogante asume la deconstrucción de los signos. Es el límite que está a punto de intentar sobrepasar. Son los espectros que lo habitan… Si al inicio se interroga, junto con Félix Grande, “¿Por qué se muere la eternidad: porque sale de la lengua?”, el “final” no es un cierre sino una apertura porque “Existe un descubrir el ansia, la nube que se oculta” con una escritura “indigente”, “indecente”, con unos signos imposibilitados, aporía siempre posible, y ahí el “horizonte de espera” derridiano, el de la “hospitalidad”. El afuera, vuelvo a la interrogante sobre la desaparición del exterior, es el amanecer, o, ¿el gran mediodía? nietzscheano, el enfrentamiento sin tregua con el fascismo que, como indica Ricardo Forster releyendo al Instituto de Investigaciones Sociales, Benjamin, Foucault, Deleuze y Guattari, Agamben, no quedó estancado en el franquismo, el nazismo, las dictaduras cívico- militares de América del Sur, sino que se extiende propagando un interior sin exterioridad o sin afuera. Obscenidad como un fuera de escena que se mueve por entre los márgenes o en la porosa frontera de lo inminente. “La paz no va a volver”… El afuera, a su vez, es “no haber entendido lo suficiente”. Es una escritura más que antológica como un remakes, como una copia, simulacro, sin identidad, representación ni ley. El remakes explícito de la “Igitur o la locura de Elbehnon” u otros remakes que asumen que la diferencia está en la repetición, en el límite de la representación… Remakes de Mallarmé pero también de Blanchot. Es el suplemento como añadidura y suplantación. Suplantar la identidad por la máscara del simulacro. Fin del libro y comienzo de la escritura. Desposeer la palabra, la reiterada muerte del autor, tanto en Foucault como en Barthes, entonces: “¿quién habla?”, “¿el silencio?”, “¿la voz enmudecida?”. Fantasmagoría del otro interpelado pero en su fantasmagoría, ya que no tiene nombre, identidad, sino un rostro, un cuerpo como vaciamiento de la totalidad, “cuerpo sin órganos”, o sentido en el sinsentido. Esa imagen que reitera Antonio Méndez Rubio en otros textos de Alicia cruzando la pared. Blanchot, escribiendo sobre: “Igitur o la locura de Elbehnon” se refiere a la “desposesión”, Antonio Méndez Rubio a “la apuesta por lo invisible”, a la “desaparición” como resistencia y no desistencia. Remakes en Blanchot: “Mallarmé habla de una pausa en la poesía, del intervalo que la poesía traviesa, concediéndose un descanso, como si el verso tradicional señalara, por su defecto, la ruptura de la poesía misma... no sólo consiste en la ruptura sino que inaugura intencionalmente un arte novedoso, arte aún por venir y el porvenir como arte. Decisión capital y ella misma decisiva” (Blanchot, 2005: El entre, intervalo, intersticio que en el “tragaluz” de la puerta muestra sin mostrar, monstruosidad como mirada obscena, el rizoma de “musgos” que preservaran, de malas hierbas combatidas pero en su combate huyen. En la palabra, mesiánica, benjaminiana, como caída del cielo, se encuentra una “casa” que recibe, es hospitalaria, en su hospitalidad a tanta mendicidad, recibe sin condiciones/ni condicionalidades. No pone condiciones. No obliga ni su estatuto es la ley. Ley y violencia desde Píndaro van unidas, no hay derecho sin esa violencia. El homo sacer (sacrificable pero no sagrado) con su nuda vida no tiene estatuto, solo en esa casa hospitalaria de la palabra o del significante sin significado (ley, Estado, padre, psicoanalista, cura). Hay un excurso pero que indica ese “antes y después” si toda esta escritura es una discreción sin unidad, ni organicidad, ni sistémica, sino rizoma, huída, deconstrucción como línea que se fuga y nos fuga. Por ello no hay que esperar porque la espera hace daño hay que fugar y, como el bandido (el bando es un homo sacer) atravesar la frontera sin ser vistos ni reconocidos. La noche es para huir, para desaparecer. El silencio desde Lisa Block a Cage es la escritura como margen o una escritura en el margen, crimen perfecto que no encuentra las huellas aunque las busca fuera del lenguaje (Mallarmé y la muerte del lenguaje). El repetido “yo es otro”, o, mejor dicho, ni yo ni otro sino interrogante al “cuerpo anónimo” que nos interroga en términos de Talens. Aliens, como radicalidad del otro, alienación como la monstruosidad del cuerpo extraño que penetra en ese cuerpo que le sirve de acogida. Transplante de órganos, intruso (Nancy) que me habita. No hay origen, sino genealogía (en términos de Deleuze: “lo alto y lo bajo”, “lo sublime y lo miserable”): "Aire de sol No origen. ¿Y para qué? si todo se pierde en una tierra nueva, Las preguntas se pierden en el viento dylaniano, en los “hermanos de memoria” que reclaman a Mnemosyne (la musa de todas las musas) no una ley mnemotécnica, sino un gesto o un deseo de memoria. No podía ser que una colección titulada Portbou no estuviera atravesada por el espectro benjaminiano, un espectro que genera temor y seducción a la vez. La pregunta sobre la imposibilidad de narrar después de la guerra es otro de los límites de la palabra, del recuerdo, ya no hay pasado sino un ángel caído, Lucifer, la imposibilidad de lo simbólico cruzada por la ruptura diabólica. Escritura luciferina. Luz caída. Lucifer es un daimón como Eros. "(para cualquier nosotros) esa mañana la transparencia del futuro sorprendió a los adeptos del pasado haciendo de ángel" Deseo como máquina que produce en la fragilidad de los signos y cruza por la poética de los “sin voz” de la palabra “en harapos”. El sueño no es la aterradora vuelta psicoanalítica o surrealista de la ley, del padre, del parricidio con la palabra sino "donde se dan las gracias
a nadie

Paseo del esquizofrénico más que pasividad del psicótico.
La escritura  nos interpela, nos toca, nos susurra, digo nos pero tendría que colocar la paradoja del “nos” “otros”. Hay una espera deconstructiva, un por-venir que no llega sino que es inminente:

la puerta está tapiada, sola, por
si llegaras, por si no has venido

El espectro, la fantasmagoría de Beckett a Benjamin o Blanqui, fantasmagoría como imaginación como imágenes incompletas sobre las que no hay una estabilidad significante.
Debajo del cielo hay un vacío, un trapecista que mueve su cuerpo sobre una cuerda que mueve ese cuerpo y lo hace más frágil.

No es que tanto cielo descienda:
es que está debajo
del vacío que concibe
cualquier palabra perdida

“No hay hechos sino interpretaciones” repite el fantasma de Nietzsche, por ello,

Alguien debería dar las gracias
por esa invisibilidad

Para saber
saber aquello que no ocurre
en el fondo del cielo

Las sombras “toman” esa casa (Cortázar) la invaden, son espectrales fantasmagorías, ojos (“el tema está en los ojos”, escribe Antonio Méndez Rubio), somos alienados por esa ocupación de fantasmas sin identidad, por esas imágenes, pantallas, rostros con/sin cuerpo, ¿qué otra cosa sino es la imagen?
Hay usos de razón en donde “callar no es semejante a la conciencia”, un “muro” kafkiano con un dentro (ley) y un “afuera” que se expande simbólicamente “como un pan de aire”.
Anti-fenomenológo, anarquista de la palabra, a través de un movimiento discontinuo que tensiona a la interpretación. Son los cuerpos sin órganos con Mallarmé, Artaud, Van Gogh. Hospicios como no lugares acusados por el dedo de la ley, la locura como liberación o el suicidio como el devenir de la vida.
El apunte desterritorializa la palabra y la sitúa en el desvío del poema (si es que puede llamarse poema), búsqueda de ese exterior desaparecido, en el movimiento nómada, en la antropofagia (más que en el canibalismo) que devora los signos, que muestra la oreja cortada como signo de escucha.
El Anti-poeta agradecido y salmodia el Anti- salmo

Ni el cielo se equivoca
de sitio

Hay que ver…

De ahí que lo
que nos pasa con la espera
es que esperamos dentro de un milagro
al que no se encuentra ninguna
razón. Hay que estar más lejos aún
para negarlo, callando o
en celo, mientras abrimos las manos

La resistencia no es precisa, “resiste de aquí hasta aquí”, no es un lugar fijo ni una utopía sino la heterotopía de la imprecisa ubicuidad.
Resistencia contra todos los significados (“significa que hay que estar contra todos los significados”), alarde punk o en clave de rock and roll sobre la autoridad, la seguridad, el encerrarse en signos, por ello, el grito asignificante, el pensar sin estado o contra el estado. Don, intercambio, comunidad como falta de comunidad, lo común como espacio sin completar.
En resumen, la escritura de Antonio Méndez Rubio, es una marca desterritorizante, donde los rizomas (musgos, malas hierbas) huyen, huir es la libertad en la búsqueda de esos afueras; su ángel es un espectro que cae, la invisibilidad como la paradoja del fantasma; una voz que encuentra en su falta la productividad del deseo; un alienígena monstruoso que tensiona las separaciones entre identidades y alteridades (por ello, no hay autor); los cuerpos sin órganos deslegitiman el cuerpo fijo de la ley (solo la contradictoria ley de gravedad o la convulsión sismíca); escritura como copia, simulacro o repetición:

Contra el cielo
crece un árbol. Tenía que ser un árbol
caído. Un rubor. Sin embargo
fue todo. Y ahora con
ese árbol de nada se
hará
un signo que se vea de noche
brillar de sed: un sino
-se dirá-
de tierra firme.