EN LAS ENCRUCIJADAS: PENSAR LAS CIENCIAS SOCIALES, HOY.
Víctor Silva Echeto.
Universidad de Playa Ancha.
Universidad de Playa Ancha.
Resumen de la conferencia dictada en U-ARCIS.
Plantearse hoy pensar las Ciencias Sociales, implica asumir la reflexión desde una ontología del presente, que asuma el lugar que ocupan actualmente las ciencias sociales en la Universidad y, más concretamente, en la Universidad chilena y latinoamericana.
La primera problemática es el debate sobre la posible crisis de las ciencias sociales. Para muchos teóricos e investigadores, desde hace, por lo menos, dos décadas las ciencias sociales se encuentran atravesando por una crisis que se fundamenta en la puesta en cuestionamiento, desde los años ’80, de algunos de los sistemas globales de interpretación, entre ellos, el estructuralismo y el marxismo. Es así que en el editorial de la primavera de 1988 de los Annales, se les pide a los historiadores “una reflexión común a partir de una doble constatación”. Por un lado, se afirma “la existencia de una ‘crisis general de las ciencias sociales’, visible en el abandono de los sistemas globales de interpretación, de esos ‘paradigmas dominantes’ que, en una época, fueron el estructuralismo o el marxismo”, así como también “en el rechazo de las ideologías que los llevaron al éxito (entendamos la adhesión a un modelo de transformación radical, socialista, de las sociedades occidentales capitalistas y liberales)”. Por otro lado, la segunda constatación es que la historia se salvaría de esa crisis, ya que es una disciplina sana y vigorosa proclive a los cambios y a las transformaciones. Por lo tanto, se concluye en el texto: “no nos parece llegado el momento de una crisis de la historia de la cual algunos aceptan, muy cómodamente, la hipótesis”. La historia “es vista entonces como una disciplina todavía sana y vigorosa, y sin embargo, con incertidumbres debidas al agotamiento de sus alianzas tradicionales (con la geografía, la etnología, la sociología)” y la “desaparición de técnicas de tratamiento como modos de inteligibilidad que otorgaban unidad a sus objetos y a sus avances”. El estado de indecisión que la caracteriza en la actualidad sería, para Roger Chartier, “el reverso mismo de una vitalidad que, en forma libre y desordenada, multiplica los talleres, las experiencias, los encuentros” (Chartier, 1992: 45).
La carencia de nombres de época y la prefijación como sustitución de la nominación que la caracterizaría a esta era, llamada indistintamente como post o neo, para algunos era la demostración de la irrupción de un “pensamiento débil” o “postmoderno”, de un pensamiento que se abandonaba a las derivas interpretativas o contrainterpretativas (recordar las críticas a ellas de Marx en la tesis 11 de Feurbach), y a una materialidad que solo se encontraba en los textos y en los discursos, y ya no se ubicaba en las estructuras o en los modos de producción.
A fines de los años ’70 es Fredric Jameson, quien retoma el debate. Jameson, desde tempranas obras y con suerte dispar, intenta integrar los enfoques discontinuos, heterogéneos y singulares con los de la totalización. Es decir, “respetar a la vez el imperativo metodológico implícito en el concepto de totalidad o totalización, y la atención bastante diferente de un análisis ‘sintomático’ a las discontinuidades, brechas, acciones a distancia, dentro de un texto cultural solo en apariencia unificado” (Jameson, 1989: 46, primera edición en inglés: 1979). En definitiva, una posible respuesta a esa posible crisis de las ciencias sociales, en algunos casos más diagnóstica que producida, es la crisis de un modelo de ciencias o disciplinas encerrada en sus propios límites, en el ordenamiento metodológico que no daba cuenta de la discontinuidad, de la fragmentación, de la heterogeneidad y no veía que esa posible unificación no era más que una apariencia.
La segunda problemática que habría que abordar para pensar, hoy a las ciencias sociales, es la histórica tensión entre las ciencias sociales y las humanidades. Desde la formulación inicial de ambas en el siglo XIX, la tensión entre las ciencias del espíritu, interpretativas y hermenéuticas y las ciencias analíticas, cuantitativas, de matematización de lo social, es una tensión que no siempre ha tenido respuestas adecuadas. Por un lado, se encuentra el diseño de las primeras en Alemania y Francia, centradas en el humanismo y en la búsqueda del sentido oculto de los textos, en la enciclopedia, y, por otro lado, la mirada analítica, anglosajona y pragmática, que impregna su diseño de un ordenamiento que pone en cuestionamiento cualquier posibilidad de desorden, discontinuidad y disfuncionalidad. El trabajo, la vida y el lenguaje (Foucault, 1986), más que tener una continuidad en cada una de las ciencias que los asimilaba como objetos de estudios, implicaba una discontinuidad en el tratamiento en que la economía, la sociología o la lingüística les daba a cada uno de esos fragmentos. Por ello, uno de los aspectos que puso en cuestionamiento Michel Foucault, era que existiera una identidad y una continuidad histórica en la economía, la sociología o la lingüística que encerrada en sus límites buscara sus renovaciones teóricas o metodológicas, y planteo la poderosa idea de la discontinuidad entre el trabajo, la vida y el lenguaje, como los tres ejes articuladores de las humanidades.
Es en la segunda mitad del siglo XX que la deselitización del discurso de las ciencias, entre ellas el de las ciencias sociales y el de las humanidades, pone en cuestionamiento la identidad y el orden de las disciplinas (la ciencia general del orden); la representación (“la loca de la casa”), y coloca un signo de interrogación en la idea de totalidad, verdad y universalidad. Si Freud viene después de Comte y Marx, Deleuze y Guattari lo llevan a Lacan a sostener que la filosofía está muerta y a Jameson a proclamar un inconsciente político. El Anti- Edipo no trata sobre un inconsciente interpretado, sino producido, no trata sobre la representación de un inconsciente sino sobre su imposibilidad. El planteamiento es como pensar hoy esa tensión entre las ciencias sociales y las humanidades, desde una mirada no binaria, sino como cruce y encrucijadas, donde emerge el entre, que deslegitima la división entre lo metafísico y lo empírico; entre lo trascendente y lo inmanente; entre lo universal y lo singular. Gilles Deleuze propone, al respecto, los cruces entre la inmanencia y el campo trascendental. “Lo trascendente no es lo trascendental. Más allá de la conciencia el campo trascendental se definiría como un puro plano de inmanencia porque escapa de la trascendencia tanto del sujeto como del objeto”. Con Gilles Deleuze: “lo trascendental se aparta decididamente de toda idea de conciencia para presentarse como una experiencia sin conciencia ni sujeto: un empirismo trascendental, como dice él con una fórmula intencionalmente paradójica” (Agamben, 2007: 491).
Fredric Jameson plantea pensar las ciencias sociales desde el cruce entre marxismo y postestructuralismo. Frente al retorno actualmente a las ideas de totalización, de verdad y de universal, habría que asumir un enfoque que retome en el campo de las ciencias sociales la idea del acontecimiento, de permitirse asombrarse por la aparición de lo imprevisible, de la sorpresa y de lo inestable.
La tercera problemática que habría que abordar es la tensión entre el tiempo (que en la modernidad se concibe desde la linealidad temporal de la historia y de su relación con la tradición –Benjamin-) y el espacio (reducido en muchos momentos a una mirada sincrónica). La filosofía rupturista de los años ’60, pero, también, el estructuralismo, concibieron una mirada diferente sobre el espacio, con los conceptos de márgenes, de líneas de fuga, de escritura, de cartografías, de mapas y rizomas. Esas perspectivas abrieron espacios para pensar la diferencia y lo liberaron de la pesada carga temporal de la historia de larga duración. Hoy, nuevamente, abría que pensar las relaciones entre microhistoria, historias poscoloniales y subalternas, multiplicación de temporalidades, considerando, además, esa tensión con las laberínticas sinuosidades de los rizomas.
La cuarta problemática es la tensión entre lo social y lo cultural….
La quinta entre el materialismo y lo simbólico, entre lo material y lo mental, entre la objetividad de las estructuras (cuantificable) y la subjetividad de las representaciones… Entre el estructuralismo y la fenomenología (debate Lévi- Strauss a Ricoeur), las primeras trabajando a gran escala sobre las posiciones y las relaciones de los diferentes grupos, a menudo identificados como clases. Los segundos privilegiando el estudio de los valores y los comportamientos de las comunidades (más reducidos) a menudo considerados homogéneas.
Propuesta: retorno a un pensamiento crítico, transversal, nómada, del acontecimiento, más que interdisciplinario (donde cada disciplina mantiene su unidad en la colaboración). Pensar desde el entre, desde la grieta que desestabiliza los enfoques binarios; un pensamiento del/con el cuerpo y sus indicios. Algunos de los temas que, desde esta perspectiva, deberían de investigar hoy las ciencias sociales, las artes y las humanidades son: género e interculturalidad; las edades de la mirada (transformación en los estudios visuales); crisis de la cultura popular: patrimonio, identidad y diferencia cultural.
La primera problemática es el debate sobre la posible crisis de las ciencias sociales. Para muchos teóricos e investigadores, desde hace, por lo menos, dos décadas las ciencias sociales se encuentran atravesando por una crisis que se fundamenta en la puesta en cuestionamiento, desde los años ’80, de algunos de los sistemas globales de interpretación, entre ellos, el estructuralismo y el marxismo. Es así que en el editorial de la primavera de 1988 de los Annales, se les pide a los historiadores “una reflexión común a partir de una doble constatación”. Por un lado, se afirma “la existencia de una ‘crisis general de las ciencias sociales’, visible en el abandono de los sistemas globales de interpretación, de esos ‘paradigmas dominantes’ que, en una época, fueron el estructuralismo o el marxismo”, así como también “en el rechazo de las ideologías que los llevaron al éxito (entendamos la adhesión a un modelo de transformación radical, socialista, de las sociedades occidentales capitalistas y liberales)”. Por otro lado, la segunda constatación es que la historia se salvaría de esa crisis, ya que es una disciplina sana y vigorosa proclive a los cambios y a las transformaciones. Por lo tanto, se concluye en el texto: “no nos parece llegado el momento de una crisis de la historia de la cual algunos aceptan, muy cómodamente, la hipótesis”. La historia “es vista entonces como una disciplina todavía sana y vigorosa, y sin embargo, con incertidumbres debidas al agotamiento de sus alianzas tradicionales (con la geografía, la etnología, la sociología)” y la “desaparición de técnicas de tratamiento como modos de inteligibilidad que otorgaban unidad a sus objetos y a sus avances”. El estado de indecisión que la caracteriza en la actualidad sería, para Roger Chartier, “el reverso mismo de una vitalidad que, en forma libre y desordenada, multiplica los talleres, las experiencias, los encuentros” (Chartier, 1992: 45).
La carencia de nombres de época y la prefijación como sustitución de la nominación que la caracterizaría a esta era, llamada indistintamente como post o neo, para algunos era la demostración de la irrupción de un “pensamiento débil” o “postmoderno”, de un pensamiento que se abandonaba a las derivas interpretativas o contrainterpretativas (recordar las críticas a ellas de Marx en la tesis 11 de Feurbach), y a una materialidad que solo se encontraba en los textos y en los discursos, y ya no se ubicaba en las estructuras o en los modos de producción.
A fines de los años ’70 es Fredric Jameson, quien retoma el debate. Jameson, desde tempranas obras y con suerte dispar, intenta integrar los enfoques discontinuos, heterogéneos y singulares con los de la totalización. Es decir, “respetar a la vez el imperativo metodológico implícito en el concepto de totalidad o totalización, y la atención bastante diferente de un análisis ‘sintomático’ a las discontinuidades, brechas, acciones a distancia, dentro de un texto cultural solo en apariencia unificado” (Jameson, 1989: 46, primera edición en inglés: 1979). En definitiva, una posible respuesta a esa posible crisis de las ciencias sociales, en algunos casos más diagnóstica que producida, es la crisis de un modelo de ciencias o disciplinas encerrada en sus propios límites, en el ordenamiento metodológico que no daba cuenta de la discontinuidad, de la fragmentación, de la heterogeneidad y no veía que esa posible unificación no era más que una apariencia.
La segunda problemática que habría que abordar para pensar, hoy a las ciencias sociales, es la histórica tensión entre las ciencias sociales y las humanidades. Desde la formulación inicial de ambas en el siglo XIX, la tensión entre las ciencias del espíritu, interpretativas y hermenéuticas y las ciencias analíticas, cuantitativas, de matematización de lo social, es una tensión que no siempre ha tenido respuestas adecuadas. Por un lado, se encuentra el diseño de las primeras en Alemania y Francia, centradas en el humanismo y en la búsqueda del sentido oculto de los textos, en la enciclopedia, y, por otro lado, la mirada analítica, anglosajona y pragmática, que impregna su diseño de un ordenamiento que pone en cuestionamiento cualquier posibilidad de desorden, discontinuidad y disfuncionalidad. El trabajo, la vida y el lenguaje (Foucault, 1986), más que tener una continuidad en cada una de las ciencias que los asimilaba como objetos de estudios, implicaba una discontinuidad en el tratamiento en que la economía, la sociología o la lingüística les daba a cada uno de esos fragmentos. Por ello, uno de los aspectos que puso en cuestionamiento Michel Foucault, era que existiera una identidad y una continuidad histórica en la economía, la sociología o la lingüística que encerrada en sus límites buscara sus renovaciones teóricas o metodológicas, y planteo la poderosa idea de la discontinuidad entre el trabajo, la vida y el lenguaje, como los tres ejes articuladores de las humanidades.
Es en la segunda mitad del siglo XX que la deselitización del discurso de las ciencias, entre ellas el de las ciencias sociales y el de las humanidades, pone en cuestionamiento la identidad y el orden de las disciplinas (la ciencia general del orden); la representación (“la loca de la casa”), y coloca un signo de interrogación en la idea de totalidad, verdad y universalidad. Si Freud viene después de Comte y Marx, Deleuze y Guattari lo llevan a Lacan a sostener que la filosofía está muerta y a Jameson a proclamar un inconsciente político. El Anti- Edipo no trata sobre un inconsciente interpretado, sino producido, no trata sobre la representación de un inconsciente sino sobre su imposibilidad. El planteamiento es como pensar hoy esa tensión entre las ciencias sociales y las humanidades, desde una mirada no binaria, sino como cruce y encrucijadas, donde emerge el entre, que deslegitima la división entre lo metafísico y lo empírico; entre lo trascendente y lo inmanente; entre lo universal y lo singular. Gilles Deleuze propone, al respecto, los cruces entre la inmanencia y el campo trascendental. “Lo trascendente no es lo trascendental. Más allá de la conciencia el campo trascendental se definiría como un puro plano de inmanencia porque escapa de la trascendencia tanto del sujeto como del objeto”. Con Gilles Deleuze: “lo trascendental se aparta decididamente de toda idea de conciencia para presentarse como una experiencia sin conciencia ni sujeto: un empirismo trascendental, como dice él con una fórmula intencionalmente paradójica” (Agamben, 2007: 491).
Fredric Jameson plantea pensar las ciencias sociales desde el cruce entre marxismo y postestructuralismo. Frente al retorno actualmente a las ideas de totalización, de verdad y de universal, habría que asumir un enfoque que retome en el campo de las ciencias sociales la idea del acontecimiento, de permitirse asombrarse por la aparición de lo imprevisible, de la sorpresa y de lo inestable.
La tercera problemática que habría que abordar es la tensión entre el tiempo (que en la modernidad se concibe desde la linealidad temporal de la historia y de su relación con la tradición –Benjamin-) y el espacio (reducido en muchos momentos a una mirada sincrónica). La filosofía rupturista de los años ’60, pero, también, el estructuralismo, concibieron una mirada diferente sobre el espacio, con los conceptos de márgenes, de líneas de fuga, de escritura, de cartografías, de mapas y rizomas. Esas perspectivas abrieron espacios para pensar la diferencia y lo liberaron de la pesada carga temporal de la historia de larga duración. Hoy, nuevamente, abría que pensar las relaciones entre microhistoria, historias poscoloniales y subalternas, multiplicación de temporalidades, considerando, además, esa tensión con las laberínticas sinuosidades de los rizomas.
La cuarta problemática es la tensión entre lo social y lo cultural….
La quinta entre el materialismo y lo simbólico, entre lo material y lo mental, entre la objetividad de las estructuras (cuantificable) y la subjetividad de las representaciones… Entre el estructuralismo y la fenomenología (debate Lévi- Strauss a Ricoeur), las primeras trabajando a gran escala sobre las posiciones y las relaciones de los diferentes grupos, a menudo identificados como clases. Los segundos privilegiando el estudio de los valores y los comportamientos de las comunidades (más reducidos) a menudo considerados homogéneas.
Propuesta: retorno a un pensamiento crítico, transversal, nómada, del acontecimiento, más que interdisciplinario (donde cada disciplina mantiene su unidad en la colaboración). Pensar desde el entre, desde la grieta que desestabiliza los enfoques binarios; un pensamiento del/con el cuerpo y sus indicios. Algunos de los temas que, desde esta perspectiva, deberían de investigar hoy las ciencias sociales, las artes y las humanidades son: género e interculturalidad; las edades de la mirada (transformación en los estudios visuales); crisis de la cultura popular: patrimonio, identidad y diferencia cultural.
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