Para quienes, en una época de selfies, imágenes que circulan y no encuentran ojos para ser vistas, creen que la imagen es transparencia, una arqueología de lo visual les llamaría la atención sobre cómo, desde sus primeros trazos, las imágenes son opacidad, claroscuros, tenues líneas que delinean
cuerpos. Pero, también, en el sigo XX hay ejemplos al respecto que interrogan a unas imágenes cada vez más desilusionadas.
En Argentina, el 21 de
septiembre de 1983, se realizó una manifestación artística colectiva llamada El Siluetazo, un proyecto original de
Guillermo Kexel, Rodolfo Aguerrebery y Julio Flores. La iniciativa surgió tras
participar, estos autores, en el premio Objeto y Experiencias de la Fundación
Esso, pero la idea original fue superada y el acontecimiento se transformó en
una multitudinaria acción colectiva. La acción se inspiraba en un afiche del
artista polaco Jerzy Spasky publicado en el Correo
de la Unesco en 1978, en que se representaban como siluetas una cantidad de
figuras similares a las que hubo por día en Auschwitz, acompañado del epígrafe:
“Cada día en Auschwitz morían 2.370 personas, justo el número de figuras que
aquí se reproducen” (fuente: http://www.macromuseo.org.ar/coleccion/artista/e/el_siluetazo.html).
Sobre El Siluetazo escriben los
autores: “La idea entonces comenzó a formalizarse cuando decidieron representar
a todos los desaparecidos, y realizar una acción colectiva cuyo punto de
partida fuese la Plaza de Mayo. Esta se iba a llevar a cabo con el apoyo de las
madres, que a su vez, iban a lanzar una convocatoria a una manifestación. El
proyecto incluía la participación de gente de distintos sectores, y se iba a
tomar como soporte también a las calles de Buenos Aires. Decidieron hacer
siluetas de la figura humana para representar a cada una de las víctimas de la
desaparición. Los objetivos eran ‘reclamar por la aparición con vida de los
desaparecidos, (...) darle a la manifestación otra posibilidad de expresión y
perdurabilidad temporal, crear un hecho gráfico que golpee al Gobierno a través
de su magnitud física y desarrollo formal y, por lo inusual, renueve la atención
de los medios de difusión y provoque un aglutinante, que movilice muchos días antes
de salir a la calle’ (Flores, 2004). La acción comenzó en la Plaza de Mayo, en
la tarde del 21 de septiembre de 1983. Las agrupaciones estudiantiles de los
centros universitarios (todavía prohibidas) como Bellas Artes Prilidiano
Pueyrredón, Arquitectura, Filosofía y Letras, Sociología y Farmacia (UBA), los manifestantes
de una protesta convocada por las Madres de Plaza de Mayo, y finalmente
transeúntes de Buenos Aires, “prestaron su cuerpo para delinear la silueta de
cada cuerpo ausente”. Como indican en un documento: “la acción culminó en una
gigantesca intervención urbana que ocupó buena parte de la ciudad. Como
resultado, miles de siluetas, realizadas sobre papel ocuparon las calles y
quedaron estampadas en paredes, persianas y señales urbanas exigiendo verdad y
justicia”. El historiador Amigo Cerisola indicó: “las siluetas hicieron
presente la ausencia de los cuerpos en una puesta escenográfica del terror de
Estado” (fuente: http://www.macromuseo.org.ar/coleccion/artista/e/el_siluetazo.html).
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