martes, 10 de febrero de 2009

Biopoder/biopolítica: Chile- postdictadura.

Biopoder/ biopolítica: Chile/ posdictadura.
Víctor Silva Echeto.
1° parte.
"Introducción a la vida no fascista".
Hay diversos acercamientos a los conceptos de biopoder y de biopolítica en Michel Foucault. Múltiples formas de involucrarse a un planteamiento como el de Foucault, atravesado por dudas, autolecturas y autorreflexiones sobre su propia obra, las que nos muestran una “caja de herramientas” (Foucault, 1992) en movimiento, dinámica y cambiante.
Paralelamente, también, se le plantean intentos de superación y actualización, considerando las transformaciones que se producen en los cruces entre la estética, la política (o lo político) y la epistemología. Uno de los intentos más destacables, al respecto, es el de Donna Haraway (1991: 364- 365) quien complementa la biopolítica con la idea de que el cyborg “es un constructo heterogéneo y contestado capaz de apoyar proyectos opositivos y liberadores en los niveles de la práctica investigadora, de las producciones culturales y de la intervención política”.
Foucault es consciente de esas transformaciones e inició el curso Defender la sociedad, con la pregunta: “¿Qué es un curso?”, donde realizó un balance sobre las investigaciones anteriores efectuadas y los cursos que motivaron, considerando el hecho de que el trabajo que les presentara, años anteriores, “haya tenido ese aspecto a la vez fragmentario, repetitivo y discontinuo correspondería con claridad a algo que podríamos llamar una ‘pereza’ febril, la que afecta el carácter de los enamorados de las bibliotecas, los documentos, las referencias, las escrituras polvorientas”, los textos que jamás se leen, “los libros que, apenas impresos, se cierran y duermen luego en los anaqueles de los que son sacados siglos después” (Foucault, 2000: 18). Justifica el trabajo realizado, afirmando que corresponde a cierta época (décadas 60- 70), “un período en el que se pueden advertir dos fenómenos que fueron, si no verdaderamente importantes, al menos, me parece bastante interesantes”. Por una parte, un período que se “caracterizó” por la “eficacia de las ofensivas dispersas y discontinuas”. Por otra parte, los retornos de los saberes, de los conocimientos “locales” y sometidos (Foucault, 2000: 20- 21).
Saberes que –en términos de Deleuze y Guattari- se podrían llamar, también, minoritarios. Esos conocimientos locales y minoritarios que conforman “la caja de herramientas” no hay que confundirlos –como hacen algunas lecturas - con un cierto empirismo funcionalista, obtuso, ingenuo o necio, “y tampoco eclecticismo blando, oportunismo, permeabilidad a cualquier empresa teórica, ni ascetismo un poco voluntario, reducido a la mayor magrura teórica posible”.
Lo que indica ese devenir minoritario “es una especie de producción teórica autónoma, no centralizada, vale decir, que no necesita, para establecer su validez, el visado de un régimen común” (Foucault, 2000: 20). No requiere, al respecto, el paraguas protector de ninguna teoría envolvente o global.
Es el caso de ese “texto acontecimiento” que es El Antiedipo: capitalismo y esquizofrenia, el que recibe Foucault calificándolo como “una introducción a la vida no fascista”. Indica, además, que “durante los años 1945- 1965” (piensa en Europa), “había una cierta manera correcta de pensar, un cierto estilo de discurso político, una cierta ética del intelectual” (Foucault, 1994: 88). Era “necesario tutearse con Marx, no dejar que los propios sueños vagabundearan demasiado lejos de Freud, y tratar los sistemas de signos –el significante- con el mayor respeto”. Tales “eran las tres condiciones que hacían aceptable esa ocupación singular que es el hecho de escribir y de enunciar una parte de verdad sobre sí mismo y sobre su época” (Foucault, 1994: 88). Entonces para enfrentarse a la jerarquización científica “del conocimiento y sus efectos de poder intrínsecos” constituyó ese proyecto genealógico en “desorden”, motivando un programa discontinuo.
La arqueología es el método que propone –desde sus primeros escritos- para el análisis de esas discursividades minoritarias y la genealogía “la táctica que, a partir de esas discursividades, “pone en juego los saberes liberados del sometimiento que se desprenden de ellas”. En resumen, con esas palabras, intenta, más de una década después, restituir el proyecto en su conjunto, lo que no deja de ser una paradoja si su obra se caracteriza por la discontinuidad.
Otro aspecto que no deja de llamar la atención es que asume esa relación entre estrategia y táctica, cuando en muchos de sus escritos se observa la pasión del archivista más que la radical táctica de subversión llevada adelante por el genealogista.
Jacques Derrida (1989), refiriéndose a la Historia de la locura en la época clásica, realiza una aguda crítica al proyecto arqueológico foucaultiano. En un momento sostiene: “Sin duda, no puede escribirse una historia, o incluso una arqueología contra la razón, pues a pesar de las apariencias, el concepto de historia ha sido siempre un concepto racional (…) Una escritura que excediera, para cuestionarlos, los valores de origen, de razón, de historia, no podría dejarse encerrar en la clausura metafísica de una arqueología” (Derrida, 1989: 55). No obstante, como Foucault “es el primero en tener conciencia, y consciencia muy aguda, de esta apuesta y de la necesidad de hablar (…) aunque sea al precio de una guerra declarada del lenguaje de la razón contra sí misma”, emprende “la arqueología” de un silencio. Foucault, por tanto, reconoce la necesidad de mantener un discurso “sin apoyo en lo absoluto de una razón o de un logos” (Derrida, 1989: 55). Décadas después, Carlo Ginzburg (2008: 17), se apoya en estas críticas de Derrida, para sostener: “De tal forma que el ambicioso proyecto foucaultiano de una archéologie du silence se ha transformado en un silencio puro y simple, eventualmente acompañado de una muda contemplación estetizante”.
No obstante, más allá de esas críticas, la pregunta sería como formular un proyecto estratégico- táctico que involucre una crítica radical a las formas de “normalización” estetizada que adquieren las máquinas de visión en la postdictadura. Por tanto, más que un análisis de los “estados de sitios” y de “excepción” inaugurados por la dictadura y la transición que se inició el 11 de septiembre de 1973, con esa primera imagen estetizada del fascismo bombardeando la moneda, el interés de este escrito es interrogar la estetización del poder que se produce en la postdictadura, asumiendo los cruces entre táctica y estrategia, archivos y testimonios, estética y política.

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