sábado, 8 de septiembre de 2012

A propósito de la poética de Viktor Gómez

Deconstruyendo trazos: una poesía de los indicios.


A propósito de trazas de Viktor Gómez



A Vik,

en lugar de un epílogo.

Los trazos son inestables significantes o, podría decirlo en otros términos semióticos, índices que guían por ciertos trayectos pero no se totalizan en signos o códigos. La poesía, como la imagen, nace con la muerte, ya que no hay poesía sin crímenes perfectos. Por ello, la muerte no es percibida. Los considerados poetas “canónicos” (término que proponen no los “trazistas” sino los codificadores del lenguaje) nunca se consideraron parte de esa condición, sino que sus trazos eran los que desmitificaban el canon del lenguaje. Ni Baudelaire, ni Mallarmé, por citar a dos de ellos. Justamente, con este último, se anuncia la muerte de la poesía.

Trazarse un camino es deambular por entre los “rizomas” de los indicios y no por entre “los árboles” de bosques con raíces. “La mala hierba” se les escapa o los “habita” pero para abrazarlos y desterritorializarlos.

La caligrafía no es la perfección letrística de los programas de ordenador, sino la manipulación de los signos por una mano imperfecta, una mano zurda que, performativamente, “firma” sin “contrafirma”. Suplemento inestable que añade y suplanta, sin embargo, no complementa (Derrida).

Como la imagen, la poesía nace con la muerte, y como ella intenta mirar, buscar, tal como los ojos inocentes que se esconden en cada encrucijada de signos. Sigo hablando de signos, aunque debería de referirme a indicios. Indicial es el método de los que no tienen método. Frente a los ojos agobiados de la cultura occidental, los desviados ojos de los que buscan, en esos indicios, reunir fragmentos, buscar lo que no encuentra residencia. Porque la poesía no tiene residencia, sino un crematorio donde se queman los códigos conservadores.

El poeta se oculta, frente a tanta visibilidad aspira a la invisibilidad, frente a la palabra cerrada el indicio abierto de la voz tartamuda y vacilante. La mano derecha autoritaria y codificada es desquiciada por el trazo zurdo fragmentario.

El puño se cierra y en su interior esconde lo que la mano derecha quiere develar. Hay secretos y silencios en ese puño que golpea. No hay autor, ni lector, sino claves indiciales que hay develar, en ese secreto que oculta lo que la imagen de la supuesta transparencia quiere hacer visible. Todos visibles, controlables. Para desencontrarse hay que ocultarse.

La sangre se seca desparramada en un planeta que cambia su color y su nombre. Los migrantes huyen, buscan en la oscuridad algún indicio, alguna palabra. La sangre de los pies descalzos producida por la huida. Ya no son migrantes sino niños/as, pequeños/as balbuseadores de palabras sin referentes. Tartamudos zurdos en un continente conquistador, que exige la palabra clara y la letra escrita con la derecha del programa de ordenador. Word no deja de intentar corregirme.

No se puede concluir, no hay epílogo posible, “la muerte como devenir de la vida” (Deleuze). La poesía, como la imagen, nace con la muerte. Hay que repetirlo, ya que en la repetición está la diferencia, en la “iterabilidad” está la marca del otro. El otro que soy yo, decía el poeta, pero antes que él, los indígenas, las comunidades tribales.

“Noches sin pájaros”, la pregunta no se la formula el poeta, aunque está latente ahí en los trazos: ¿adónde se fueron? ¿Qué buscan? No hay palabra sino silencio. Más preguntas que respuestas.

Las “nueve Evas” persiguen al “obeso”. Masa muscular incrementada en un contexto de cuerpos agobiados que intentan desaparecer.

Los nómadas desaparecen en la nieve. Robert Walser sale a caminar desde el psiquiátrico y desaparece en la nieve. ¿Qué busca el nómada? Siguen faltando las respuestas y aumentando las preguntas. Letra ilegible de Walser, trazo inacabado. ¿Por qué querer leer lo ilegible? Si el querer es ilegible. Que agobio tanta publicación, tanta poesía que rechaza la muerte. La poesía, como la imagen, nace con la muerte. Nacer es morir.

Para la mujer no hay apoyo posible en la inestabilidad de los trazos. Los ojos vuelven a buscar algo, pero se esconden. Palabra leprosa, orín en la vía, olores nauseabundos que se expanden y ahuyentan la palabra. No hay más códigos, el orín es otra traza. Gesto masturbatorio de una mano zurda que singulariza la toma de decisiones. Faltan verbos me dirán los correctores.

Basura se escribe en portugués lixo. La recogida intenta generar una ciudad sin basura, ocultándola, fuera de ella. En el afuera está la transgresión, en el adentro crecen nuevas formas de control, de fascismo, diría Antonio Méndez Rubio, siguiendo la estela de pensadores y poetas que con el suicidio rechazaron esas formas de control. El suicidio es como la masturbación, gesto singular. Como hablar “con nadie”, escribe el poeta.

El poema se escribe en un “cuaderno roto”, en una superficie que, desde los márgenes, se oculta al centro de la palabra. El nómada balbucea, tartamudea, intenta, con sus “gafas viejas” ver lo no visto. De tanta imagen catódica se enceguece.

“Fuman”, “arden libros”, en el indicio de la lluvia, ¿se puede arder dónde la lluvia cubre de agua el espacio indescifrable de los indicios? “La viruta” es el residuo, la basura, “el lixo”. Donde había madera hay viruta. “La humedad” es el residuo, la basura, “el lixo” de la lluvia. De las gotas caídas queda la humedad. “La viruta húmeda” es la basura de la basura. La basura se retira afuera de la ciudad. La poesía se encuentra en el basural de los signos.

Cojear es desequilibrar el caminar. Frente a la armonía de los pies, la des-armonía del cojo. El indicio es la cojera de la semiótica. Espacio abierto, singular, de una palabra que se encuentra en la orfandad. Gesto parricida.

Entre 1933 y 1945, Walter Benjamin se suicida, en otro trazo. En su lugar se acumulan piedras. “Destrazar las piedras” reclama el poeta. Se rompen los cristales de las gafas viejas. Lo que transgrede no es la altura de los pinos, sino la minúscula geografía del rizoma, de la hormiga, del “bicho” que no tiene nombre sino trazo.

La máquina de escribir de Celan se arrincona junto con el cuerpo masacrado. El cuerpo de la letra, de la palabra, el cuerpo-sin-cuerpo del trazo.

Gesto embriagador de la palabra. Los ebrios no hablan con la claridad de los conservadores de la palabra. Como los tartamudos, la bebida deja sus indicios. Ojos que ya no ven con la claridad de los que todo lo ven. En lugar de la bebida, el indicio, la palabra.

“Lo nunca escrito”. Nuevo crimen perfecto porque se borran las huellas de esa escritura. Pliegue desplegado en la incansable voz que no llega a leer sino a balbucear. Abrazo partido del manco que, junto con el miope –ya sin viejas gafas-, el cojo, el tartamudo, el ebrio, intentan encontrar un espacio fuera del centro de la ciudad de la palabra. En las paredes sus trazos, como grafitis que no se pueden leer con claridad porque no tienen claridad. “Escribo para buscar mi lugar”, escribió un loco en una pared: ¿de Marruecos o de París? El orín en la pared se mezcla con el grafiti.

Mnemosyne: donde se encontraba la palabra, la musa, donde el archivo guarda y desecha el gesto de la memoria. Ahora, retorno de la mudez.

Los/las niños/as jugando en el patio, cavan un pozo, en su interior los trazos de la guerra. Miran al interior del pozo y huyen: en el afuera de la ciudad hay más protección. Sobre el cielo de la ciudad los aviones suplantan a los pájaros y bajo la ciudad las minas sustituyen a las ratas. Ahora helicópteros y metros. Los/las niños/as siguen con sus juegos, mientras que el poeta desarma significantes para trazar sus signos.

“Andando por qué lugar” si no hay lugar, hay afuera y obscenidad (fuera de escena). El constructor desnudo se transforma en deconstructor, en la poesía se deconstruye la palabra.

Se tapan los oídos, el rock and roll los ensordece, la música más revolucionaria se transforma, por vía del fascismo, en la más torturadora, aunque no deja de ser ella la que está torturada.

Como cerrar lo que tiene final o como concluir la deconstrucción de los trazos, volviendo al silencio, a la palabra enmudecida, busquen en estos trazos de Viktor Gómez Ferrer la palabra que se enfrenta a la verdad única, a la imagen homogénea de ojos cansados de mirar más de lo mismo. Busquen con Viktor Gómez Ferrer lo que no hallarán. ¿Otro crimen perfecto?

Escrito en el puerto de Santos (Brasil) a 5 de septiembre de 2012.















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