Se ha sostenido en diversas
oportunidades que Walter Benjamin fue un incomprendido en su tiempo. Sus
propios colegas del Instituto de Investigaciones Sociales (mal llamada Escuela
de Frankfurt) en diversas oportunidades, y tras su muerte, intentaron cambiar,
adaptar, hacerla más “llevadera” a su escritura. Quienes, quizás, mejor
asumieron los textos benjaminianos no fueron ellos, como a veces se sostiene,
sino escritores como Bataille.

Fue justamente Bataille quien
guardó y conservó los manuscritos del Libro
de los pasajes. Casi 80 años después de su suicidio intentando llegar a
territorio catalán, Jorge Carrión, con un gesto –creo y que me disculpe la
inflexión- benjaminiano escribe Barcelona.
El Libro de los pasajes.
Utilizando las técnicas de aquel: las citas, los fragmentos, la mímesis, realiza un montaje, de un proyecto que, a diferencia de Benjamin, enmarca otros pasajes barceloneses: aquellos que, en el capitalismo tardío, han intentado ser ocultados por el auge del turismo y la nueva gentrificación urbana.
Si Benjamin consideraba en su crítica a la historia que, más que subirse al tren del progreso, había que ponerle el freno de mano a la locomotora. En época de AVES –y no precisamente voladoras- Carrión pone el freno de mano, se detiene, ve con ojos muy abiertos y a veces, cerrándolos para escuchar, dialogar, convertir la hemeroteca en un pasaje, en su ciudad (gesto benjaminiano sin los hay). Montaje y constelación.
Utilizando las técnicas de aquel: las citas, los fragmentos, la mímesis, realiza un montaje, de un proyecto que, a diferencia de Benjamin, enmarca otros pasajes barceloneses: aquellos que, en el capitalismo tardío, han intentado ser ocultados por el auge del turismo y la nueva gentrificación urbana.
Si Benjamin consideraba en su crítica a la historia que, más que subirse al tren del progreso, había que ponerle el freno de mano a la locomotora. En época de AVES –y no precisamente voladoras- Carrión pone el freno de mano, se detiene, ve con ojos muy abiertos y a veces, cerrándolos para escuchar, dialogar, convertir la hemeroteca en un pasaje, en su ciudad (gesto benjaminiano sin los hay). Montaje y constelación.
En los detalles del texto está su
constelación y no hay un afán totalizador. Si texto viene de “tejer”, Carrión
va “tejiendo” los pasajes barceloneses como endebles piezas de un juego mayor.
Pero, también, como Cervantes, el primer pasajista, recorre la ciudad dispuesto a cartografiarla, a
diseñar una arquitectura micro-histórica.
Si los pasajes no tienen
exterioridad ni afuera (diría abusando de los términos), el texto hilvana un
recorrido que nos convierte en paseantes que no seguimos un recorrido lineal (el
de la Historia) sino laberíntico (el de la micro-historia). Vean que paseantes
son aquellos que no van de prisa, no la tienen, siguen una rítmica particular,
no acelerada. Por tanto, el pasaje más que
claustrofóbico –como podrían ser otros “pasajes” como las autopistas (entre
ellas las autopistas de la información o los trenes rápidos)- implica una
liberación de “esos pasajes del mercado” y especulativos que Benjamin pudo
intuir pero no prever. El libro de los pasajes es memoria de la ciudad, es su
“archivación” (si se me permite el neologismo), pero también su deconstrucción
o reconstrucción, para no hablar de la destrucción tan anhelada por Benjamin.
Son montajes en los que el lector es el que arma finalmente la película.
En los pasajes se van
intercalando citas que conforman un atlas, donde el lector puede entrar por
cualquiera de sus series sin necesidad de continuidad ni de jerarquías. Los
anónimos paseantes encuentran en sus páginas el reconocimiento.
También están las ciudades
invisibles de Calvino –todas ellas con nombre de mujer- laberínticas, imaginadas
e inimaginadas. Es en resumen, Barcelona como una reserva de heterotopías.
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